Esta es la leyenda más conocida en el Salvador. En el tiempo en el que las deidades podían ser vistas en la tierra, el Dios Tláloc se enamoró perdidamente de una joven y bellísima muchacha al que los aldeanos conocían con el nombre de Sihuehuet (este nombre puede ser traducido al castellano como Hermosa Mujer).
Fruto de ese amor, la mujer dio a luz a un hijo. Sin embargo, la gente la consideraba como una muy mala madre, debido a que dejaba al pequeño solo en casa para salir a pasear.
Según se encuentra asentada en la tradición salvadoreña, la leyenda del Cipitío es la “continuación” del mito anterior, ya que en esta narración sabremos cuál fue la historia del hijo de la Siguanaba.
Al igual que a su madre, el Cipitío también se convirtió en una criatura maldita, ya que Tláloc le lanzó un hechizo para que nunca pudiera convertirse en hombre. Es decir, sin importar el correr de los siglos, siempre seguiría siendo niño.
Por lo que sabemos, hay dos versiones distintas de la leyenda del padre sin cabeza. En la primera se cuenta que un sacerdote se enamoró de una mujer y abandonó la Iglesia para casarse con ella.
Lo anterior visto desde la óptica de la Iglesia, significa que el pobre cura estaría condenado a pecado mortal por la eternidad. Es decir, dejar sus votos de castidad para contraer nupcias.
Mientras tanto, en la segunda leyenda que tiene que ver con el sacerdote descabezado, podemos decir que la gente mayor asegura que hace mucho tiempo hubo una fuerte revuelta en el Salvador y que uno de los padres de la Iglesia fue quien convenció al pueblo para que se levantara en armas en contra del gobierno colonial.